DON GIOVANNI, MOZART, MALTMAN Y BOLTON (EN EL TEATRO REAL)

Cuando compré hace unos meses la entrada para ver Don Giovanni, le comenté a mi amigo Hilario que en realidad no me interesaba tanto la historia de Don Juan (estuvimos charlando sobre el Burlador de Tirso y el Tenorio de Zorrilla), sino que iba a la ópera por disfrutar de la música de Mozart.

Y no debí ser el único que ayer fuera al Teatro Real con este objetivo, porque al finalizar la obra fue más que evidente que el público aplaudió con mucha más euforia y agradecimiento el momento en que el director Ibor Bolton subió al escenario a saludar e hizo ponerse en pie a toda la orquesta. La partitura es intensamente brillante, cordialmente envolvente y hasta tan concupiscente como el propio libreto.  La interpretación de la orquesta dirigida por Bolton fue tan contenida como explosiva, tan dulce como tenebrosa. Tan ensimismante que en más de una ocasión me olvidé de leer la traducción de los diálogos abstraido con la orquesta.

 
Y es que desde el palco que suelo escoger para asistir a las óperas tengo una visión no sólo completa y global de toda la escenografía, sino también de toda la orquesta. Y daba gusto ver a Bolton dirigir con tanta entrega y pasión que parecía estar disfrutando en cada movimiento de manos y hasta de hombros y cuello (digo parecía porque evidentemente yo lo veía de espaldas). 

La historia ya la conocemos. El seductor, el asesinato del Comendador, el convidado de piedra... Todo envuelto en un aire de reivindicación de la libertad frente a los poderes y tradiciones. Podemos descubrir como se burlan instituciones como el matrimonio, el propio asesinato del Comendador se presenta como un ataque a la autoridad. Pero quizás lo más destacado del libreto es cómo al final de la obra Don Giovanni se niega a arrepentirse de haber sido libre, de haber vivido por encima de las convenciones sociales, éticas y religiosas, de haber sido consecuente consigo mismo. Y, se niega a arrepentirse tres veces, por un lado ante la petición del propio criado Leporello, después ante la petición de la mujer que está enamorada de él, y finalmente ante el espíritu del Comendador que cava su tumba. Es importante el hecho de que sea tres veces, por el simbolismo masónico (Igualdad, Libertad y Fraternidad).

Y esos son quizás los mejores momentos de la interpretación de Christopher Maltman. Curisamente al principio de la ópera pensé que no tenía físico para interpretar a un donjuan, por lo ancho de caderas y escasez de cabellera. Pero a lo largo de la representación, la verdad es que terminé enamorándome de su voz de barítono, de sus movimientos controlados y enérgicos, de su dramatismo, de su pasión amorosa y su pasión de padecimiento. Impecable cantante, pero casi mejor actor.

El libreto tiene momentos dramáticos y momentos bufos divertidos, como cuando Leporello hace que imita la voz de Don Giovanni, y lo hace con divertida afección  burlesca. La propia actualización de la obra me hizo sonreir en más de una ocasión. Por ejemplo cuando uno se imagina la escena original de Ottavio pidiendo ayuda en el siglo XVIII, y en la versión actualizada se le ve moviéndose por el bosque buscando cobertura en el móvil.

También es destacable algún guiño feminista como la escena de Zerlina y Masetto en la que ella para alejar los celos del novio le pide de forma dramática que la pegue, pero mientras tanto en la escena es ella quien está  atando al novio a un árbol y sometiéndole en un juego erótico. Y casi místico, porque Masetto parece en éxtasis como un san Sebastián. Muy, muy buena. Y el intérprete, Krysztof Baczyk (no sé como se pronuncia, es polaco), desde el principio me pareció que sí tenía rostro y físico para donjuan, y en esa postura sansebastianesca está encantador (aunque evidentemente no tiene la voz embaucadora de Maltman). 

Aunque dije que los momentos de las tres negaciones son de los mejores de Maltman, la canción más conocida y que más nos deleita, es el dueto entre Don Giovanni y Zerlina, "Là ci darem la mano,
là mi dirai di sì. Vedi, non è lontano; partiam, ben mio, da qui. (Vorrei e non vorrei, mi trema un poco il cor. Felice, è ver, sarei, ma può burlarmi ancor.)".
El momento más dulce y concupiscente de la obra. No me resisto a compartir aquí una versión de Pavarotti y Sheryl Crow:

La escenografía, la iluminación y la puesta en escena, como siempre, impresionantes, un escenario giratorio que representa un bosque, un coche (desconozco la marca, pero algo así como un citroen) entrando en medio de la escena, una iluminación cinematográfica. Lo único que no me pareció muy adecuado fue la reinterpretación de la estatua del Comendador, una especie de monigote de madera, me pareció que chocaba de forma chirriante con el texto en el que se verbaliza repetidamente que se trata de una escultura de piedra, de marmol. En cualquier caso siempre me ha parecido un derroche innecesario, montar esas escenografías para sólo 15 representaciones, Y este montaje va a durar bastante más que montajes anteriores que se limitaban a poco más de 9 representaciones. Sigo reivindicando que se realicen el doble de representaciones y se cobren las entradas a mitad de precio.

Me escribía una amiga muy aficionada a la ópera que Don Giovanni era una de sus predilectas, aunque no la más predilecta. A mí, como ya digo me emociona la música de Mozart. Pero como ópera sigo prefiriendo "L'Elisir d'amore", de Donizetti. 

En el entreacto fotografié los cuadros que decoran el pequeño vestíbulo tras los palcos:

"El tañedor de viola" (Copia escuela de Parma)
"Retrato de dama" (Escuela holandesa)
"Retrato del músico Enrique Liberti" (Copia de Van Dyck)

Ha sido un magnífico espectáculo para dar la bienvenida al año 2021, ya que no tuvimos espectáculo en Nochevieja. Disfruté inmensamente.


COMENTARIO DE MI AMIGA CHARO
Mi amiga Charo me ha enviado este interesante comentario sobre la ópera "Don Giovanni", cómo es muy extenso para compartirlo como "comentario", lo comparto completo aquí:
 

Querido Pedro:

 

Como el asunto me resulta muy atractivo, y la nieve se ha aliado con mi maltrecha espalda para inmovilizarme, me he decidido a aprovechar para hacer algunos comentarios sobre Don Giovanni, como te amenacé el otro día. Aquí abajo van y espero no aburrirte.

 

Muchas personas consideran (probablemente con razón), que Don Giovanni no solo es la mejor ópera de Mozart, sino una de las grandes óperas de toda la Historia. Yo admiro profundamente esta magnífica obra, pero tengo mis dudas con respecto a lo primero: no sabría elegir entre Don Giovanni y La flauta mágica, y no solo por la música (que también), sino por el texto del libreto. La Flauta mágica, última ópera compuesta por Mozart, reúne filosofía y humor, amor apasionado a la vida y aviso sobre el poder de manipulación de la mentira, exaltación del amor y la sabiduría, y advertencia acerca de la ambición y la envidia. Y esta sí que es una ópera basada en las ideas (e incluso las prácticas) de la masonería: ceremonias, ritos de iniciación, símbolos invocaciones, estructura, jerarquías, y hasta la representación de una logia con todos sus componentes. La Flauta mágica es, sobre todo, una exaltación a la solidaridad, el progreso y el triunfo de la vida sobre las bajas pasiones.

 

Pero yo no quería hablar sobre La flauta mágica, sino sobre Don Giovanni. Y no me sorprende que cualquiera disfrute y se zambulla en esta ópera, porque, en efecto, tiene una música envolvente y casi diría que hipnótica. Pero no posee menos fuerza el libreto. Y por eso, sí me sorprende que, al menos en `principio, no tuvieras ningún interés en una historia que es apasionante, no tanto por el relato del libertino frívolo, como por las múltiples lecturas del personaje y de la historia. Que tiene muchas y muy complejas facetas.

 

Hay dos versiones, como sabes, de Don Giovanni, la de Praga (original), y la de Viena (revisada). A mí me parece mejor esta última, porque incluye algunas piezas que resultan imprescindibles para comprender mejor los matices de las emociones y sentimientos de los personajes. Actualmente, y creo que precisamente por eso, la versión que se suele representar es la de Viena. A Mozart, sin duda, le interesaba transmitir, tanto por el texto como por la música, la reflexión acerca de las pasiones, la libertad y el comportamiento humano; por eso añadió partes que lo hicieran todo más comprensible.

 

Mozart y Lorenzo da Ponte (según parece nada menos que con la inestimable colaboración del muy experimentado asesor Giacomo Casanova), echan mano de un personaje que ya era un mito entonces, y que se documenta desde el Renacimiento, aunque, con toda probabilidad, existen precedentes anteriores. La referencia directa es Tirso de Molina (El burlador de Sevilla), pero ya en tiempos de Mozart no había sido el único en escribir sobre este personaje. E incluso hay quien señala un origen real en algunas figuras conocidas, desde Juan de Mañara a Jacopo di Grattis, más conocido en Madrid por El Caballero de Gracia, y cuya sepultura se encuentra en el célebre oratorio del mismo nombre. No me quiero desviar de Don Giovanni, pero es una tentación hablar de sus precedentes, tan ricos e interesantes son. Don Juan es un personaje complejo, ambiguo, de múltiples y contradictorias facetas, resbaladizo y rocoso, que pone al espectador (o al lector) en la tesitura de enjuiciar un comportamiento equívoco y para el que, a fin de cuentas, no tiene elementos suficiente para entender: Don Giovanni nunca expone sus verdaderos sentimientos. 

 

La primera reflexión que provoca Don Giovanni empieza ya desde el arranque, que se abre con un aria de Leporello (Notte e giorno faticar…), en la que se queja de la miserable vida del criado, y declara que él quiere ser un señor. Ahora, esta forma de abrir una ópera no nos causa sorpresa, pero entonces (dos años antes de la Revolución Francesa), que el primer personaje que tomara la palabra fuera un criado mostraba un interés inusitado por la situación de las clases sociales más desfavorecidas y le daba protagonismo a una figura que, en otros casos, solo había sido un comparsa. No era la primera vez que Mozart y Da Ponte lo hacían, ya que en Las bodas de Fígaro, el verdadero protagonista es un criado que, además, también abre la ópera con su prometida, una doncella (Cinque, dieci…), aunque, en este caso, se basaban de manera bastante fiel en la obra de Beaumarchais (La Folle Journée, ou le Mariage de Figaro), que fue tan revolucionaria que sufrió casi cinco años de censura en Francia. Mozart, Da Ponte y Beaumarchais constatan que todos los seres humanos tienen idénticos sentimientos, pero, mientras unos se encuentran en situación de usar y abusar de sus prerrogativas, otros tienen que recurrir al ingenio y la picaresca simplemente para sobrevivir. 

 

La segunda reflexión a que induce es la del personaje mismo del libertino, sus motivaciones y su forma de actuar. Don Juan, con ligeras variantes, es un seductor, y no un violador. Aunque en el Acto I cabe preguntarse qué hacía enmascarado en la habitación de Doña Anna, cuando era evidente que ella no lo quería allí, el conquistador utiliza la seducción, y no la violencia, para atrapar a sus víctimas. No es que fuera un pacifista: de hecho, son innumerables sus duelos y peleas. Pero echa mano de la violencia para apartar los obstáculos que estorban sus propósitos, no para cazar trofeos. De hecho, en muchas de las obras donde es protagonista, señala claramente que el uso de la violencia para conseguir su objetivo despojaría de valor la conquista. Lo que le gusta no es forzar a las damas, sino convencerlas de su amor para que, rendidas, caigan voluntariamente en sus redes. Y, a continuación, conseguida la entrega de la fortaleza, las abandona para emprender nuevas conquistas. Visto así, no deja de ser un personaje fascinante: quiere demostrar a los demás y, sobre todo, a sí mismo, su poder de persuasión, sus encantos, su labia, su capacidad de convicción. Trasladado a la vida política sería como si un rey quisiera organizar un imperio no por la fuerza de las armas, sino convenciendo a sus adversarios de que se le entreguen voluntariamente: diplomacia frente a las armas.

 

Esta necesidad de reafirmarse continuamente y demostrarse a sí mismo (y a los demás también, pero menos), hace pensar en un personaje inseguro y débil en el fondo. La única forma de no sucumbir es probar de lo que es capaz, reiteradamente y, a veces, incluso hace dudar de si lo mueve el instinto, la ambición, o el miedo a que descubran un interior completamente diferente a lo que muestra el decorado. Marañón, que escribió un interesantísimo ensayo sobre su figura, se pregunta si no es un caso de inmadurez sexual que puede esconder una homosexualidad no resuelta. En una época donde esta naturaleza podía llevar no solo al desprecio y la marginación social, sino incluso a la muerte, Don Juan tiene que mostrar constantemente lo “muy macho” que es. Pero el esfuerzo íntimo que requiere se lo cobra mediante la humillación de las mujeres, que, de hecho, termina por considerar como el enemigo: fortalezas que hay que derribar como si se tratara del avance táctico en una guerra.

 

Por eso (aunque no solo por eso) es notable el valor que los personajes femeninos adquieren en las obras de Mozart. En Don Giovanni, Doña Anna, Doña Elvira y Zerlina se debaten entre pasiones más bien primitivas (impulso sexual, venganza, deseo, frustración) y sentimientos mucho mas elevados (compasión, perdón, amor filial…). Todas ellas presentan emociones bastante más sensibles y humanamente contradictorias que los personajes masculinos, poseídos cada uno de ellos por una sola obsesión: libido, odio, celos, ambición… Esta riqueza de los personajes femeninos frente a los masculinos se puede ver en cualquiera de las otras óperas de Mozart, sobre todo en Las bodas de Fígaro. Todas las mujeres mozartianas tienen una fuerza arrolladora por la complejidad de sus sentimientos, su inteligencia sin exhibicionismo y el valor ilimitado que despliegan.

 

Otro de los aspectos más profundos y controvertidos del personaje de Don Juan (o Don Giovanni), es el canto evidente a la libertad. Don Juan se sitúa por encima de convenciones sociales, de reglas y normas, de religiones y leyes y de consideraciones de cualquier tipo. Su sentido de la libertad es admirable. La única ley válida es su voluntad, y no le asusta ni el poder humano, ni el divino. Claramente, es un descreído de cualquier tipo de represión: no se deja atemorizar por las fuerzas del orden, por sus enemigos declarados, por los fantasmas de sus víctimas, ni por Dios. Va a un infierno en el que no cree y prefiere verse arrastrado al castigo eterno que renunciar a su personalidad. Hasta aquí es, desde luego, digno de encomio. Pero es que Don Giovanni tampoco se deja conmover por las emociones ajenas, por los sentimientos manipulados, por el dolor de otros. No hay ni empatía ni compasión, ni solidaridad en su comportamiento. Usa y abusa de las mujeres, pero también de sus vasallos, de los campesinos, de los más pobres o más débiles e incluso de su criado Leporello, a quien no solo explota, sino a quien no le importa incluso traicionar reiteradamente. La  reflexión es evidente: ¿tiene límites de la verdadera libertad personal? Y, si los tiene ¿dónde están?

 

No sé que se las pasaría por la cabeza a Mozart y Da Ponte con el conjunto final (Questo è il fin…), en el que moralizan acerca del destino del pecador. Pero da la impresión de que este coro (que durante muchos años no se representaba, dando por finalizada la ópera con la desaparición de Don Giovanni arrastrado al Averno por el Comendador), no es más que una concesión a la sociedad bienpensante y ordenada, que tenía que comprobar que las conductas desviadas siempre tienen su castigo. Ya lo refleja el título original de la obra: Il dissoluto punito, ossia il Don Giovanni. “Punito”.

 

No es raro que un personaje tan complejo, tan rico, tan variado, tan difícil, haya sido un estímulo de interés para escritores, músicos, poetas, dramaturgos, pintores, psiquiatras, filósofos e intelectuales de cualquier tipo. El atractivo de la figura es innegable; la lista de quienes se han ocupado de ella, interminable (aquí no están todos, aunque puede servir de orientación: 

Obras inspiradas en el mito de Don Juan 

 

Pero el gran valor de la ópera de Mozart (uno de los exponentes más conocidos del mito) es que no solo ha sabido recoger todos los matices, luces y sombras del personaje, sino que ha encontrado la música exacta para representar y transmitir cada uno de ellos. La amargura (Notte e giorno faticar…); la frustración (Non sperar, se non m’uccidi…, Ah, chi mi dice mai…; Ah, fuggi il traditor…); la venganza y la ira (Ah, vendicar, se il puoi, giura quel sangue ognor!;… Or sai chi l’onore…; Protegga il giusto cielo…; Il mio tesoro…; Don Giovanni! a cenar teco m'invitasti…); la compasión (Madamina, il catalogo è questo…; Vedrai carino…; Mi tradì quell'alma ingrata…; Non mi dir…); los celos (Ho capito! Signor, sì …); la seducción (Là ci darem la mano…; Fin ch'han dal vino…; Deh vieni alla finestra…); el desprecio (Non ti fidar, o misera…; Metà di voi qua vadano…; Oh, statua gentilissima…; Già la mensa preparata …); la desconfianza (Dalla sua pace…); el arrepentimiento (Batti, batti o bel Masetto…); el desconcierto y la duda (Sola, sola in buio loco …); el miedo (Mille torbidi pensieri…; Ah pietà signori miei  …). Mozart, además, va incrementando la intensidad de la música y otorga cada vez más protagonismo a la orquesta que, sin embrago, pasa aparentemente a segundo plano, como si se ocultara, arropada por las pasiones tempestuosas que se desarrollan ante el espectador. Tanto es así, que se permite la frivolidad de incluir en la escena, y en el momento en que comienza el cuadro mas dramático, a tres pequeñas orquestas para que le amenicen la siniestra cena que se prepara a celebrar a las puertas del infierno. Un verdadero atrevimiento musical que pone de relieve el atrevimiento personal de Don Giovanni

 

Por todo eso, y no solo por la extraordinaria calidad de música y libreto, reúne méritos suficientes para ser considerada una de las mejores óperas de la historia y la razón mas que justificada para que sea también una de las más representadas en los escenarios de todo el mundo. El propio Wagner, nada menos, la consideraba “la ópera de las óperas”.

 

Para terminar, incluyo una última reflexión que, aunque no se refiere exclusivamente al mito de Don Juan, me lo trae en las mismas redes. Y es que siempre me ha sorprendido la cantidad de mitos universales que tienen origen español. Y la fuerza y complejidad de todos y cada uno de ellos: Don Juan, Don Quijote, Sancho, el Lazarillo (y el ciego), Carmen, la Celestina… No soy la única que se ha fijado en esto; pero creo que todavía están poco estudiados.

 

Y nada más, querido. Perdona por el rollo.

 

Un abrazo nevado, pero cálido.

 

Charo

 



Comentarios

  1. Estupendos comentarios que dejan claro tu entusiasmo, y el mio, sobre todo por la musica de A. Mozart.También por la estupenda puesta en escena. A mi me hubiese molestado un trozo de madera sin a penas disumlar el mármol del Comendador....Gracias por tus, seguro que son afortunados comentarios. Abrazo.

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