El 47
El sábado 7 de septiembre estuve en los Cines Princesa para emocionarme con esta película dirigida y con guion de Marcel Barrena y protagonizada por Eduard Fernández.
Aunque no soy usuario del autobús, me interesan en general los medios de transporte público y lo primero que pensé cuando leí la sinopsis fue que el argumento se asemejaba a "La ilusión viaja en tranvía" (Buñuel, 1954). Y aunque por edad tampoco he sido usuario de los tranvías, sí que me ilusionan, por motivos afectivos. Mi primera pareja siempre fue usuario de los tranvías desde la infancia. Yo siempre los fotografío, al menos, cuando visito Lisboa y otras ciudades que los tranvías siguen atravesando.
Además la historia del asociacionismo vecinal es un tema que no suele verse reflejada en la gran pantalla y que nunca he vivido. Se trata de colectivos propios de barrios obreros de lo que llamaron "extrarradios" de las grandes ciudades, que suelen estar desfavorecidos por parte de las alcaldías. Yo siempre he vivido en el centro de Madrid, pero sé que aquí también hubo mucha movilización en los barrios en los años 80 y 90. Movilizaciones en las que destacaron personalidades como el incombustible Julián Rebollo, quien se mantiene activista por la Memoria Histórica. Hoy en día sigue habiendo chabolismo, personas que viven en condiciones deplorables y reivindicaciones de servicios básicos en barrios alejados del centro de Madrid.
La película, basada en una historia real, es también un documento de Memoria Histórica, donde se denuncia como muchas familias andaluzas y extremeñas tuvieron que huir de sus hogares por la violencia terrorista de la Falange, organización criminal que aún sigue en activo y se presenta impunemente a todas las elecciones de nuestra "democracia". Familias que con lo poco que tenían pudieron comprarse un terreno donde construyeron nuevos hogares con sus propias manos, pero que carecían de todo lo necesario para vivir dignamente: agua corriente, luz, gas, escuelas, sanidad, transporte.
Familias que echaron raíces, se casaron, encontraron trabajo, aprendieron el idioma y lucharon por mejorar sus condiciones de vida. No he podido evitar acordarme de mi familia emigrada a Barcelona, huyendo entonces no tanto de la violencia franquista sino de la crisis económica, vivieron en el barrio de Horta. Al principio les llamaron charnegos, al volver de visita al pueblo les llamaron gruñidores porque empezaban a chapurrear el catalán. Pero en aquella Barcelona crecieron, se casaron y prosperaron.
Un aspecto relevante es que esta defensa de los servicios públicos y las condiciones de vida no se hace en nombre de ningún partidismo político sino en nombre de la Dignidad, con mayúsculas y sin siglas, pero con una ideología clara democrática basada en la solidaridad, la cohesión y la acción directa no violenta. Muy necesario también el papel de la maestra alfabetizando a la infancia y a las personas adultas.
Aunque no soy nada nacionalista también me ha gustado que el protagonista presumiera de su tierra natal, Valencia de Alcántara, que cuando le hablaban de fútbol respondiera que él era del Mérida y le prometiera a su hija visitar la Vera, como aquel maestro que prometió a su alumnado llevarles a ver el mar. Incluso hay escenas en las que varios protagonistas pronuncian algunas palabras con derivaciones en Castúo.
Desgraciadamente el público de la sala sólo llegaría a un tercio del aforo, pero la mayoría aplaudimos con emoción y reconocimiento al finalizar la película.
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