SEGUIMOS PERDIENDO ACEITE
Cuando llegué a Madrid ya sí, el abanico de expresiones para calificarnos se abrió por completo. Aprendí que éramos “de la acera de enfrente”, en la primera manifestación por los derechos LGTBI (aún no se hablaba de lo queer) esta fue una de las consignas más coreadas. También aprendí en el primer colectivo en el que colaboré, que éramos “de la cáscara amarga”. Es una expresión que siempre identifico con Leo, uno de los mayores de aquel colectivo del que también recuerdo expresiones como “cancaneo”.
Y, bueno ya leí a Lorca: “Faeries de Norteamérica, pájaros de la Habana, jotos de Méjico, sarasas de Cádiz, apios de Sevilla, cancos de Madrid, floras de Alicante, adelaidas de Portugal”
Curiosamente hasta que no leí a Lorca no comprendí el sentido de frases como que en ese parque hay mucho “cancaneo”.
Supongo que en aquellos primeros años de madrileño nuevo me sentí especialmente identificado con el término “mariquita”. Cuando en el Movimiento de Objeción de Conciencia empecé a elaborar propuestas de insumisión rosa, de objeción fiscal para fines de liberación sexual y de denuncia de la homofobia inherente al militarismo, a menudo utilizaba la coccinélida como símbolo. Tenía un sello que desgraciadamente he perdido, tengo que intentar comprarme otro.
La mariquita y el color rosa fueron mis primeros símbolos de visibilidad y reivindicación. Lo siguen siendo, me acabo de comprar una mascarilla higiénica antibacteriana de color rosa (homologada según la norma UNE 0065:2020). Siempre me he sentido más identificado con el color rosa que con la bandera arcoíris. El triángulo rosa es un símbolo antinazi, antifascista y antimilitarista, que en aquellos años utilizábamos con orgullo para denunciar el asesinato de millones de personas LGTBI en los campos de concentración nazi. La mayor masacre contra el colectivo en toda la historia de la humanidad (Porque la supuesta masacre divina en la ciudad de Sodoma, está por confirmar históricamente, y la supuesta orientación sexual de sus habitantes, también). El triángulo rosa representa mejor el concepto y el sentimiento del “orgullo” que cualquier bandera. Cuando se demuestre que en una guerra son asesinadas millones de personas por el simple hecho de ser heterosexuales aceptaré que haya un día del orgullo heterosexual, mientras tanto quienes lo propugnan son simplemente LGTBIQfobos, fascistas y nazis.
Hoy he visto en una página de facebook un video de un poeta mexicano, Azul Piconne, que recita un poema titulado “Qué puto miedo ser puto”. Y he descubierto que en México también nos llaman “putos”. Y no con el sentido de “chaperos”, sino en el sentido propio de “maricones”. La versatilidad de la lengua española no tiene límites conocidos.
Después llegaron los años de la radicalidad, en el movimiento de objeción de conciencia pusimos en práctica la mayor campaña de desobediencia civil, jamás vivida en democracia, el colectivo LGTBI en el que colaboraba no quiso apoyar la disidencia de quienes consideramos que la LGTBIQfobia es inherente a un sistema militarista basado en la verticalidad, la obediencia ciega, el uniformismo, la “justicia” endogámica. Después de siglos de armarios militares bajo la espada de Damocles del “Don't ask, don't tell”, después de décadas de intimidarnos desde la adolescencia con sentencias como “En la mili te van a hacer un hombre”, resulta que el principal colectivo LGTBI de la capital se posicionó contra la insumisión y a favor del esclavismo “prestacionista”.
Pero pocos años antes ya se había escindido un grupo de maricones y habían formado La Radikal Gai, a la vez que un grupo de bolleras formaron el colectivo “LSD”. Ya no aceptábamos más la compresión, la compasión y la tolerancia de la sociedad cisheteropatriarcal. Había que empezar a dar por culo.
Ya habían pasado los peores momentos de la pandemia del VIH, pero aún teníamos que seguir haciendo campañas de prevención. La pandemia había conformado una sociedad de la tolerancia, en la que el colectivo gai había pasado de ser los malvados pecadores que merecíamos un ejemplar castigo divino, a ser unas pobres víctimas indefensas que se merecían la compasión de organizaciones de toda índole. Se nos empezaba a “aceptar” hasta en el “seno” de la iglesia que durante dos milenios había considerado que nuestros sentimientos eran “contra natura”. Y, por qué no, en los partidos políticos postfranquistas. Si me apuras hasta en el propio ejército tenían que aceptarnos, total si ya aceptaban a las mujeres, porqué no a los putos maricones.
En todo el mundo se estaba conformando un movimiento y una cultura de orgullo LGTBIQ. Tras décadas de cine, versos y noticiarios en los que sólo aparecíamos para mostrar lo mal que lo pasábamos, lo desgraciada que era nuestra vida, las múltiples vejaciones que sufríamos. Películas en las que el personaje LGTBIQ terminaba suicidándose o muriéndose de pena y de asco. Noticias en las que sólo se destacaba nuestro colectivo cuando había una agresión o asesinato. Pasamos a una cultura del orgullo. De “La muerte de Mikel” (Uribe, 1983), pasamos a “La mala educación” (Almodóvar, 2004). Son sólo dos ejemplos, pero clarificadores, en la primera Mikel se pasa la película reivindicándose ante los demás, en la segunda se ataca directamente a una de los pilares del cisheteropatriarcado, la iglesia. Los pilares que queremos derribar desde nuestra concepción queer de la diversidad sexual: La familia heteropatriarcal, la escuela heterosexista, las confesiones y la educación religiosa LGTBIQfobas, las instituciones militaristas inherentemente LGTBIQfobas, las ideologías racistas, machistas, transexcluyentes, capacitistas, especistas, aporófobas.
Porque no se trata de con quién follamos, sino qué valores defendemos.
Y, sí, vamos a seguir perdiendo aceite, hasta que se lubriquen por completo todos los engranajes de esta sociedad oxidada que utiliza nuestros derechos LGTBIQ para ocultar sus crímenes de Estado (pinkwashing). Que niega asilo a personas LGTBIQ que huyen de guerras, leyes, persecuciones o gobiernos LGTBIQfobos Que sigue negándole a las personas trans el derecho a su propio cuerpo, porque un hombre no debe ser gestante y una mujer no debe inseminar. Que acepta que una monarquía es más feminista porque una infanta pueda ser jefa del Estado, mientras le niegan ese cargo a cualquier otra mujer, independientemente del sexo asignado al nacer, a cualquier otra persona que no “tenga sangre azul”. Que asume que los valores militaristas son aceptables porque dos oficiales del mismo sexo ya se pueden casar.
Seguiremos perdiendo aceite en las escuelas, en las redes sociales, en las familias, en los sindicatos, en la política, en las calles y en los versos.
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