REENCONTRÁNDOME CON MI FAMILIA

 

En realidad todo había empezado cuando, tras vivir toda la vida con mis tíos, atravesé una traumática adolescencia. Quienes me conocen ahora, y tienen hijas o hijos adolescentes, ya me han oído instarle más de una vez a que les dejen en paz. La mayoría ya no nos acordamos de cuando fuimos adolescentes. Las discusiones que hemos dado en llamar choque generacional, en ansia de independencia, la forja de las propias ideas y valores. Y, claro, la pulsión sexual. En mi caso la sexualidad fue casi autodestructiva, ya lo he descrito en otras ocasiones. El no tener referentes, la falta de educación sexual (que ahora quieren volver a imponernos los neofranquistas), la imposibilidad de poder regular y controlar mis impulsos, las presiones familiares, la absoluta insatisfacción… Todo ello hizo que un día hiciera una maleta y me fuera a casa de mis padres.

 

Estaba en el último curso de la carrera de Magisterio, me había declarado objetor de conciencia y me había dejado la barba. Mis padres se comprometieron a financiarme el final de la carrera, pero después tenía que empezar a buscarme la vida. Y, en ese momento, en Montijo, la única forma de buscarse la vida era ir a coger tomates al campo o ir a envasarlos a la fábrica. Y no quise asumir ninguna de las dos opciones. Me presenté a las oposiciones en Badajoz y fue un estrepitoso fracaso.

Así, volví a hacer la maleta y salí renegando del pueblo, sin rumbo, sin dinero, sin futuro.

El destino me trajo a Madrid. Aquí empecé a buscarme la vida de formas más o menos cómodas, más o menos dignas. Pero lo decisivo fue que empecé a conocerme, sexualmente, ideológicamente, socialmente.

Retomé el contacto con mis padres y hermanos.

Pero ya había dejado atrás al resto de la familia.

 

Mi abuela Inés había tenido 12 partos, sólo hemos conocido a 6 de sus hijas e hijos. De algunos otros tenemos algunas referencias, a mí me llamaron Pedro Enrique por dos de mis tíos fallecidos, el primero asesinado por los fascistas, el segundo de una enfermedad infantil. De otros no sabemos ni los nombres.

Mi tía Manuela fue la primera en emigrar a Zaragoza, Después marchó mi tío Ramón. Podríamos decir que mis padres y hermanos también estuvieron casi toda la vida emigrados. Trabajando en teatros ambulantes, sólo les veía un par de meses en invierno.

Al venirme a Madrid rompí todo contacto con mis tíos y primos de Zaragoza y Barcelona. Cuando iba al pueblo veía a la familia que allí quedaba, pero cada vez me fui haciendo más antisocial. Ni siquiera volví a contactar con mis amigos. Las estancias en el pueblo cada vez se hacían más tediosas y las iba acortando.

 

Por otro lado Madrid me abrió las puertas de par en par, sexualmente, culturalmente, socialmente, políticamente. Enseguida me involucré en el Movimiento de Objeción de Conciencia, en plena campaña de Insumisión y a los colectivos LGTB.

Al poco tiempo conocí a un hombre que me lo dio todo. Amor, respeto, comprensión, confianza, libertad, autonomía, cultura y futuro. Gracias a él pude retomar el estudio de las oposiciones y empecé a dar clases.

Madrid ha significado para mí todo lo opuesto al pueblo. Por lo que sólo volvía a Montijo para visitar a mis padres y hermanos, pero a los tres días ya necesitaba marcharme. En Madrid me esperaba mi vida.

 

Al fallecer Manolo parecía que todo se iba a derrumbar, pero me aferré a todo lo que habíamos construido juntos y salí a flote.

Mis padres y hermanos me ayudaron en ese trance. En Madrid también tenía una pequeña familia conformada por los primos, sobrinas y amigos de Manolo, que también me ayudaron y cuyo contacto he mantenido. Y sobre todo tenía todo lo que él me había descubierto: teatros, óperas, conciertos, estrenos cinematográficos, exposiciones de arte. Y las aficiones que había desarrollado gracias a su incondicional apoyo: poesía, collage, assemblage, fotografía… Y, claro, mi trabajo, la enseñanza. Además de la actividad política: Antimilitarismo, Orgullo Queer, Memoria Histórica, Escuela pública de tod@s para tod@s…

Pronto conocí a otro hombre con el que compartir afectividad, aficiones culturales, viajes, restaurante, paseos… Madrid sigue siendo mi vida.

 

Pero llegó la alerta sanitaria y el confinamiento. Y de repente empecé a echar de menos a la familia. No sé, tal vez sea la edad, me acerco a los 60 y ya estoy deseando la jubilación. El caso es que empecé a darle vueltas a que, en medio de una pandemia de tan graves dimensiones, yo no tenía contactos con ninguno de mis primos de Barcelona y Zaragoza. Desde que salí del pueblo no había vuelto a verlos, aunque ellos a menudo han ido, nunca habíamos coincidido. Ya había hablado en diversas ocasiones de este asunto con mis hermanos y con mis primos de Montijo, que sí les veían y mantenían contacto con ellos, pero nunca me habían pasado esos contactos.

También han influido los nuevos canales de comunicación. A mí nunca me ha gustado hablar por teléfono. Siempre me he expresado mejor por escrito. Por eso intento cultivar la poesía. Ahora prácticamente todo el mundo compartimos whatsapp. Durante el confinamiento mis sobrinas crearon un grupo de whatsapp, para mí ha sido muy útil, he podido compartir poemas, fotos de mis obras assemblages, fotos de platos de cocina… Nunca me había comunicado tanto con mis sobrinas y sobrinos como durante este confinamiento.

¿Me estaré haciendo más sociable? De hecho también en los últimos tiempos estoy recuperando algunos amigos del pueblo.

 

Ahora ha fallecido mi padre. De las 6 hijas e hijos que conocimos de mi abuela, ya sólo queda una.

 

Y por fin tengo contactos de todas y todos mis primos.

Y ya mi prima Isabel Mari me ha propuesto que podríamos organizar un encuentro de “Polos”. Pues a mí, en este momento de mi vida, me hace mucha ilusión.

 

 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

EN RECUERDO DE EUGENIO CASTRO (Y TANTOS OTROS NOMBRES EN LA MEMORIA)

RAICES

El 47