LOS MIEDOS Y EL CINE CONDADO
Los miedos son malos consejeros. Últimamente estamos recibiendo centenares de consejos, a través de los medios de comunicación, a través de las redes sociales, a través de carteles publicitarios, conversando con compañeras o amigas… Consejos sobre cómo reutilizar las mascarillas, sobre cómo desinfectarlo todo, sobre cómo hacer ejercicio seguro o sobre cómo hacer dieta segura. Todos los consejos son respetables aunque a la mayoría no les hagamos el más mínimo caso. Pero los peores consejos son los que nos dictan nuestros propios miedos.
He hablado con compañeras y amigas que aún tienen miedo a entrar a comer en un restaurante o de ir a un museo o al cine o al teatro. Me lo justifican diciendo que no es miedo es prudencia, es resposabilidad. No, los miedos siempre son irresponsables, siempre son imprudentes. Son miedos irracionales, ningún restaurante, museo, cine o teatro de los que han reabierto tras el confinamiento ha tenido que volver a cerrar por brotes. Porque son lugares seguros. Sin embargo a las dos semanas de abrir los colegios ya están empezando a cerrarse aulas por contagios. Empezar el curso escolar sin protocolos de prevención frente al covid sí ha sido irresponsable. Ir al museo, al cine, al teatro o a un restaurante es seguro, es responsable, es prudente. En los llamados grupos estables de los colegios no se guarda la distancia de seguridad ni es obligatorio llevar mascarillas (en infantil), mientras que en los museos, cines, teatros y restaurantes sí se guarda la distancia entre mesas y sí es obligatorio llevar mascarillas. Nos han llegado a decir que los grupos estables son equiparables a una unidad familiar. Afortunadamente no hay muchas viviendas con las medidas de un aula donde convivan 21 personas. Y me consta, porque me lo han chivado algunas compañeras, que hay colegios donde sigue habiendo ratios de hasta 25 alumnas y alumnas en las aulas.
Ante el anuncio de servicios injustos y abusivos para la huelga de los días 22 y 23, hay muchas compañeras y compañeros que tienen miedo. Miedo a que si la hacen les saquen de la lista porque son interinas, miedo a que se nos abran expedientes, miedo a ser cesados durante años. Y en este caso no son miedos irracionales, nos los avisan incluso desde los sindicatos, son consecuencias reales que nos imponen desde las instituciones. Son una forma más de tortura. Y una forma más de desprecio de las instituciones hacia el personal docente y hacia la Docencia. Y hacia el resto de la sociedad, porque boicotear desde las instituciones el derecho a la huelga es un ataque a toda la clase obrera. A toda la población. Los piquetes de la Administración son siempre los más violentos.
Cuando a quienes habitan los barrios del extrarradio de Madrid se les dice que pueden salir de sus barrios para ir a trabajar, pero no para pasear por el Retiro, o para ir al Museo Reina Sofía o El Prado, o para ver el estreno de una película en versión original, o para ver una obra de teatro, ¿qué mensaje se está enviando a la sociedad? Que pasear por el Retiro, ir al museo, el cine o el teatro es peligroso. Se está generando miedo irracional con un objetivo político. Se nos está torturando psicológicamente a toda la sociedad.
Aprovechar una pandemia para volver a imponer formas de tortura y para restringir derechos laborales es indigno, antidemocrático y fascista.
Y las direcciones de los colegios no deberían colaborar. Eduquemos en valores de Paz, Respeto, Solidaridad, Derechos Humanos (y Animalistas).
Sobre todo esto he estado reflexionando en mi paseo matutino, durante el cual, además, me he fotografiado frente al edificio donde se ubicaba el antiguo Cine Condado, en la calle Bravo Murillo. Fue uno de los primeros cines de ambiente que conocí en Madrid, me lo descubrió un compañero con el que compartíamos economía sumergida callejera y que vivía por ese barrio. Proyectaban sesión continua, dos películas diarias y con la entrada me podía pasar el día sin salir del cine. El patio de butacas estaba dividido por un pasillo, la parte trasera era donde se producían los encuentros, nos sentábamos, esperábamos a que alguien se sentase a nuestro lado y a meternos mano. Mucho trajín de gente moviéndose en esa zona del cine. Me pasaba allí muchos domingos, comía un bocadillo de tortilla en un bar antes de entrar, sobre las 12:00, y ya entraba y no salía hasta las 19:00 o 20:00 h. Ni siquiera recuerdo ninguna de las películas que proyectaron. Fueron años de encuentros casuales, sin preguntarnos ni cómo nos llamábamos, sin intención de volver a vernos. Años en los que la mayoría no habían salido del armario. Años en los que aún imperaban en España otros tipos de miedos y seguramente la mayoría éramos migrantes de otras comunidades que estábamos empezado a descubrirnos a nosotros mismos y a enfrentarnos a nuestros miedos. Más tarde, viviendo con Manolo, me descubrió que este cine previamente se había llamado Cine Montija, al parecer también él lo había frecuentado en alguna etapa de su vida. Me resultó curioso el nombre, en relación con el nombre de mi pueblo, Montijo. Es como que esa sala estaba predestinada para que yo saliera del armario.
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