SE ME HA MUERTO COMO DEL RAYO ARTUR CRUZEIRO, CON QUIEN TANTO QUERÍA

Me he quedado triste y sin saliva,

iba a leer una entrevista que le habían hecho al amigo Perfecto,

pero ya no me quedan redaños ,

porque el silencio golpea

impregnando de tinta china

sus siluetas del amor confinado.

Le visité por última vez en agosto de 2019,

con el amigo Carlos,

y ya hablamos de homenajear su centenario.

Ha muerto a menos de un mes de celebrarlo,

a menos de un mes desmesurado,

a menos de un siglo indescifrable,

a menos de un descanso inconformista,

a menos de un ciclón deconstruído.

No tengo palabras para expresarlo,

no tengo metáforas, no encuentro objetos,

ni colores, ni conflictos, ni secretos.

Sus manos de forjador de lunas,

su habla susurrante,

su sonrisa naif,

su mirada fulgurante,

su deseo inextricable,

su vida hecha de nudos marineros

y siglas poveiras.

Me he quedado triste y sin lecturas,

porque el silencio golpea

y clava espigas de trigo

y vértigos leñosos

en su pecho infinito.

Homenajear su centenario

con alpacas cilíndricas de luz y de  paja,

con lámparas de papel traslúcido y formas recortadas,

buscando pedazos de espejos rotos “no lixo”,

componiendo una sinfonía de caminos rurales angoleños,

y, ¿por qué no?, comiendo los “peixinhos da horta”

que me enseñaron Lena y Eduardo.

Ha muerto y con él todo un siglo de recuerdos,

recuerdos de Cuenca, de Lisboa, de Juan Carlos, de Mario,

de Manuel,

siempre Manuel, siempre Manuel,

leyendo versos junto al Mondego.

No encuentro colores, ni conflictos, ni secretos,

no abrigo calma, ni deseo, ni distancia,

no construyo porque mis manos se han congelado de invierno,

porque al mirar hacia atrás me he derretido en sal,

porque el crepúsculo ya no podrá enardecer,

con el fulgor de sus ojos,

con el calor de su palabra.

 g.bruno, 9 de noviembre de 2020.

en recuerdo de Artur