AUTODETERMINACIÓN

En este Estado la palabra “Autodeterminación” siempre ha levantado ampollas. Según la RAE, tiene dos acepciones, por un lado se refiere a la “Decisión de los ciudadanos de un territorio determinado sobre su futuro estatuto político" ; por otro lado implica la “Capacidad de una persona para decidir por sí misma algo" .

Siempre ha levantado ampollas porque durante décadas se estuvo relacionando e  identificando con el independentismo y el secesionismo, aunque la decisión de la ciudadanía sobre su futuro debería ser considerada sinónimo de respeto, solidaridad, concienciación, participación, responsabilidad, y por lo tanto de verdadera Democracia.

Pero aquí quiero tratar el tema de la llamada “autodeterminación de género”, que tal vez se ajuste más a la definición de la “Capacidad de una persona para decidir por sí misma algo”. Claro que no soy ninguna autoridad al respecto ni me afecta directamente (siempre, como personas, nos afecta a todas; y desde luego que me afecta como queer que reivindica de forma radical –otra palabra que levanta ampollas- los derechos de todas las personas LGTBI)

Uno de los derechos de la infancia es el de “respetar el derecho del niño (o niña) a preservar su identidad” (Artículo 8 de la Convención e los Derechos de la Infancia). Es decir que la autodeterminación de la propia identidad es un derecho recogido por la ONU desde 1990, en una Convención convertida en ley que ha sido aceptada por todos los países del mundo (a excepción de EEUU).

Que un menor tenga derecho a ser llamado y tratado con el género que ha asumido nunca debería implicar la obligación (que hasta ahora había y que la nueva ley pretende eliminar) de hormonarse u operarse. La nueva ley, con todas sus deficiencias que seguiremos reivindicando, al menos permite a cualquier menor cambiar su nombre y sexo en los documentos oficiales (DNI, documentos escolares…) sin necesidad de ser sometido a tratamientos irreversibles o que puedan afectar a su salud física o mental. Las personas mayores de 16 años lo podrán solicitar por sí mimas, y recordemos que la mayoría de edad a los 16 no es una reivindicación específicamente queer, sino que se viene reivindicando por parte de la mayoría de colectivos sociales desde el inicio de la llamada “transición”. A partir de los 12 se podrá hacer con la tutela y aprobación de sus progenitores.

Evidentemente esto no significa que porque a un niño le guste jugar con muñecas o vestirse con faldas y pintarse la uñas (recuerdo siempre que mi madre me contaba que teniendo yo tres años siempre le reclamaba que me pintara las uñas, y desde luego durante toda mi infancia jugué con niñas y sus juguetes), eso no significa, digo, que ya le tengamos que tratar como niña, pero si ella nos lo reclama, si nos pide expresamente llamarla en femenino, o si directamente utiliza el femenino para hablar de sí misma, no tenemos porqué oponernos. Porque, entre otras cosas, oponernos sería ir en contra de la Convención de los Derechos de la Infancia.

Él, ella, elle… en cualquier caso un cambio en el registro civil no supone ningún peligro para nadie.

Extrañamente hay mujeres que opinan que si cualquier niña ahora puede decir que en realidad es un niño, ya no tendrá que enfrentarse a las discriminaciones de las mujeres. Denotan poca sensibilidad hacia la opresión heteropatriarcal contra el colectivo LGTBI, un colectivo que históricamente hemos sufrido acoso escolar, expulsiones familiares, discriminación laboral (nosotres apoyamos a las trabajadoras del sexo porque durante décadas esa ha sido la única posibilidad de emancipación de las personas trans), represión policial, exclusión política, dificultades de mantener relaciones estables y formar familias… por no decir pena de muerte en muchos países.

Y que un niño decida que es niña y compartir todo el peso del patriarcado y el machismo, incluidas violaciones y asesinatos (hablo de España), pues no entiendo en qué ataca a los derechos de la otras mujeres.

Lo que sí entiendo es que haya hombres y mujeres machistas heteropatriarcales de ultraderecha que se opongan a cualquier medida que implique derechos para todes, porque esto supone privación de privilegios para quienes siempre nos han insultado, maltratado, vejado, encarcelado y asesinado.

Aparte de niños que se sienten niñas o niñas que se sienten niños, tenemos que hay miles de personas intersexuales, que nacieron con caracteres sexuales de ambos sexos, que les asignaron al nacer uno de ambos sexos, seguramente el que era más evidente, aunque no necesariamente fuera el predominante, y que tienen derecho en cualquier momento de sus vidas a optar, si lo desean, por destacar, al menos en el DNI, el sexo con el que sienten más acorde. O a que aparezca la opción de “sexo neutro”, o directamente “intersexual”, o “no binario”.

Personalmente a mí me da igual que me traten en masculino o en femenino, como decía Paco España “no somos machos, pero somos muchas”. Nunca me he sentido “macho” en el sentido que la construcción social nos ha transmitido, tampoco “mujer”, aunque simpatice con sus reivindicaciones históricas y sí me declare radicalmente feminista. En las encuestas cuando me preguntan por el sexo y aparece una opción tipo “otros” o “no contesta”, prefiero no decirlo, porque entiendo que mis opiniones sobre cualquier tema no tienen nada que ver con mis genitales (ni con el sexo que aparece en mi DNI), sino con mi cerebro. Y mi cerebro es radicalmente no binario.

PEDRO POLO, MAESTRO Y QUEER

 

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