AFANADOR
El sábado 10 de febrero estuvimos en el Teatro Real impresionándonos
con este espectáculo del Ballet Nacional de España. Tengo que confesar que compré
las entradas por error, ya que confundí al Ballet Nacional con la Compañía
Nacional de Danza que he visto y disfrutado en diversas ocasiones, sobre todo
en los años en que fue dirigida por Nacho Duato. Después leí algunas críticas y
entre otros aspectos destacaban las referencias al mundo taurino, de haber
leído esto antes desde luego no habría comprado las entradas. Aún así, debo
reconocer que el espectáculo merece la pena. No es el tradicional ballet de
flamenco sino que fusiona no sólo la música experimental muy electrónica con el
flamenco, sino el ballet con otras artes.
La composición musical es del compositor chileno Juan
Cristóbal Saavedra, y tiene momentos estelares de tensión, de dramatismo, de casi
éxtasis… salpicada con notas de flamenco y actuaciones en directo con guitarra
y percusión y del magnífico Gabriel de la Tomasa que interpreta cantes de
temporera, trilla, liviana, bambera y seguiriya. El espectáculo incluye una
canción melancólica que me sonó a fado. Pero lo que más me emocionó fue la “Nana
de Sevilla” de Federico García Lorca (desconozco si la voz era la original de
La Argentinita). Y, claro, lo que menos me ha gustado han sido precisamente las
referencias taurinas, especialmente el toque de salida de los toros a la plaza,
precisamente justo después de la delicada escena basada en “Rapunzel” que había
comenzado con la “Nana de Sevilla”, creo que ese toque rompe mucho del encanto
de la obra. Luego hay otras referencia en el espectáculo en el que se muestran
monteras y trajes de luces, pero también me llamó la atención que en una de
esas escenas de montera, acompañada de una actuación del cantaor, a quien a lo
largo del espectáculo prácticamente no se le llega a entender casi nada de lo
que canta, ya que se limita a lamentos y frases cortas, sin embargo en esta
escena de montera sí que vocaliza muy bien el estribillo “¡Qué arte más grande!”,
y me dije ¡Vaya, para poco que se le entiende, precisamente esto en lo que
estoy absolutamente en desacuerdo sí que se lo dice con claridad!. En cualquier
caso, ya digo que a pesar de estas pocas referencias el espectáculo y la música
son impresionantes y merece la pena disfrutarlas.
Especialmente los zapateados, que se mantienen a lo largo de
todo el espectáculo son memorables, hay
una escena en las que se baja el telón para que podamos disfrutar
exclusivamente de los 30 pares de piernas zapateando al unísono, casi hipnótico. Son destacables también los detalles queer (salvando que lo taurino lo considero queerwashing),
bailarines con trajes de volantes, un personaje con una camisa de mangas con
volantes que me recordó a Miguel de Molina, y sobre todo la escena
protagonizada por el propio Rubén Olmo, director del Ballet Nacional, vestido
solo con un calzoncillo y un mantón de manila. Parece que debe ser además su
especialidad, he leído que participó en el acto institucional celebrado el 11
de marzo de 2021 en recuerdo a las víctimas de atentados terroristas, bailando
acompañado por un majestuoso mantón de Manila blanco su coreografía Danza del
ave fénix. Ayer lo hizo con un mantón negro. Cuando salió a saludar le brindé
mi “¡Bravo!”.
Ya he comentado que además se fusiona el ballet con otras
artes. La fotografía está muy presente ya que el espectáculo está dedicado al
fotógrafo colombiano Ruven Afanador, y puede reconocerse el homenaje en los
focos y softbox que las bailarinas y bailarines mueven por el escenario, los
juegos de sombras proyectadas, los flashes, incluso hay escenas en las que
aparece un personaje simulando fotografiar al elenco. Por supuesto también está
el arte de la moda, con los tocados de JuanjoDex basados precisamente en las
fotografías de Afanador. Me encantó la inclusión de la pintura proyectada como
cine de animación en la escena de Rapunzel, me recordó al tipo de dibujo de las
novelas gráficas, pero también en general al arte mural urbano. Pero lo que más
me emocionó fue la gran escultura final, un inmenso ensamblaje a base de sillas
y horcas de madera. La escultura entra en escena desde el techo situándose en
el centro de un corro de sillas. Los bailarines empiezan a deconstruirla
tomando las horcas para el baile de la trilla que realizarán alrededor de la
gran escultura, pero después reconstruyen acercando todas las sillas y
acumulándolas azarosamente en la base en la escultura, para terminar tras el
baile volviendo a añadir las horcas, toda una performance artística que me
recordó mucho al movimiento Fluxus. Esta escena acompañada de un trepidante
juego de luces y proyecciones de sombras y una música en crescendo fue un final
apoteósico que arrancó un aplauso unánime en el público.
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