HERIDAS Y DESAPARECIDAS
"Mi fotografía es un
aduar gitano.
Desperdicios de quincalla marchitada,
fosilizada bajo estratos de silencios sedimentados
que rescaté licnomante entre los aladares del fuego;
adivinado por la llamas que, al fundirse mi mirada
licuada en versificación atragantada
y sanguífero hermanecer, entraría en erupción"
(fotogénesis parafraseada del poema ”aduar
gitano”, 1995)
Acaba de salir publicado mi libro de fotografías titulado "Heridas y Desaparecidas". Una selección antológica de fotografías realizadas durante las últimas décadas, especialmente desde que empecé a hacer y guardar fotografía digital, muchas de ellas con los móviles. Hay fotos de mi población natal, Montijo, de Madrid, de Úbeda y as tierras jiennenses, de viajes por España y por diversos países del mundo. La edición comienza con esta dedicatoria:
"A todas las personas que han sufrido heridas
en sus cuerpos, o en sus conciencias o que han sido
forzosamente desaparecidas por los militarismos,
las injusticias y las fobias de nuestras sociedades,
sus instituciones o las historias".
El álbum comienza con esta introducción:
"Hay quien dice que con el tiempo desaparecen todas las
heridas. No todas. Algunas, muchas, no desaparecen. Necesitan justicia,
necesitan reparación, necesitan ser recordadas para evitar que se vuelvan a
repetir, necesitan memoria.
En realidad toda fotografía capta una herida que va a
desaparecer en pocos instantes. La luz del bodegón va a cambiar, las nubes, las
rocas, la vegetación del paisaje van a transformarse, el rostro del retrato va
a envejecer. Irremediablemente. Y las heridas de los edificios van a ahondarse
si no hay voluntad de evitar que se derrumben. Que desaparezcan.
Toda fotografía muestra una herida. A veces la disimulamos
con una sonrisa forzada, las sonrisas fotográficas son puro teatro, son muecas
que pretenden ocultar las arrugas de la edad, de la nostalgia, de la soledad,
del olvido, de la incertidumbre, de las indecisiones, de los miedos, de los
deseos inconfesables. Una sonrisa es una mano de pintura o un encalado, pero
que no ha sellado previamente las grietas de la vida. Cada sonrisa es una
herida o un conjunto vital de heridas. Quizás por eso nos hacemos selfis de
forma compulsiva, porque no nos acaban de gustar nuestras muecas, porque van
surgiendo nuevas heridas vitales cada día que necesitamos disimular, porque tal
vez ya no nos reconocemos en el selfi del día anterior, del momento anterior.
Porque queremos olvidar, hacer desaparecer las heridas.
Cada decollage de una cartelería es una herida, un corte, un
arañazo, un rasgado, un impulso, una necesidad, una rabia, un fuego interior,
una desaparición. Y cada desaparición nos muestra una cartelería anterior, una
vida anterior, una fuerza anterior, un recuerdo, un coraje, un grito, a veces
en forma de palabra mutilada, a veces en forma de rostro desfigurado, de
veladura, de color o de falta de color. Son sueños anteriores que no habían
llegado a desaparecer, que estaban latentes, expectantes, hibernando, esperando
que algo o alguien los sacaran a la luz, los hicieran germinar.
Como dijo el conde de Lautréamont, la poesía es bella como el
encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección. Así es el encuentro
entre las diversas imágenes que se esconden bajo la capa de cartelería. Y los
objetos dispuestos o indispuestos al azar en medio de una obra de construcción
o deconstrucción al terminar la jornada laboral o antes de su comienzo. Y las
herramientas o los utensilios abandonados como los guantes de trabajo ajados, desgarrados,
heridos, que se han desprendido de unas manos ajadas, desgarradas, heridas.
Unos guantes que tal vez quienes los llevaron ya consideran desaparecidos, unas
heridas que tal ya consideran desaparecidas.
Una herida siempre es dolorosa, aunque la ocultemos tras un
apósito esterilizado, aunque la enmarquemos, aunque la resignifiquemos. La
fotografía es un medio de resignificación de heridas. Las grietas del edificio
que día a día van calando en el olvido y la ruina tal vez no admitan ya más tiritas,
pero sí renovados deseos, inverosímiles aspiraciones, contrastados sentimientos,
inevitables emociones. Y también denuncias. La fotografía también es un medio
para denunciar, para protestar, para concienciar, para reconstruir, para
reparar. Para hacer justicia.
A veces la cámara capta una mancha en una pared, en un
mantel, en un desagüe, en un destino, en un camino. Manchas como lágrimas, como
dolores, como heridas. Manchas que poco tiempo después es posible que hayan
sido blanqueadas, hayan sido ocultadas, hayan sido desaparecidas. Igual que
muchas revoluciones que fueron heridas y desaparecidas, igual que muchas
utopías que fueron heridas y desaparecidas, igual que muchas personas que
fueron heridas y desaparecidas. Manchas que aunque desaparezcan siguen impresas
en nuestras retinas. Fotografiar una simple mancha también puede ser una
denuncia política, también puede ser un acto revolucionario.
Otras veces captamos un grafiti sobre un monumento, una
escultura, un edificio, una pared, un grafiti como una herida. O como una
denuncia. O como una apropiación. O como una resignificación. O como una huella
más del paso del tiempo, de la multiplicidad de las experiencias, de la
reformulación de los conceptos, de la reconversión de la cultura. Una herida
que no hace desaparecer el monumento pero que lo transforma. Porque las heridas
ni se crean ni se destruyen, solo se transforman, como diría Lavoisier.
Las heridas también son grietas universales. Una pintada
ideológica en una población de Badajoz puede denunciar una grieta social,
cultural, humanitaria o histórica. Denuncia que puede extenderse y aplicarse
desde Montijo hasta Hiroshima. Sangrados universales como un ave atrapado en
una red o muerto sobre una acera, o al borde de un canal. O como una grieta sangrante
en la fachada de una electroharinera. Sangrados y olvidos históricos como el
trabajo esclavo en el canal, como la maquinaria de la harinera.
Un álbum de fotos también es un álbum de viajes. Viajes a la
infancia, viajes al futuro, viajes por esos mundos, viajes interiores, a veces
incluso viajes sin retorno o al menos sin fecha de vuelta. Cada viaje es un recuerdo contenido, un
descubrimiento inabarcable, un dolor acumulado, un sangrado fotográfico, un
llanto de lágrimas amables en unas ocasiones, amargas en otras, inoportunas tal
vez, inevitables las más. Un álbum de fotos de viajes con una misma mirada, con
las mismas heridas, con los mismos valores, con el mismo futuro imperfecto.
El paso del tiempo, los agentes meteorológicos, el azar, el
destino, a veces el descuido y la imprecisión, nos dejan a menudo imágenes
fortuitas, cuya belleza está precisamente en que son efímeras, perecederas, en
que un instante después habrán desaparecido. Y no nos engañemos, el hecho de
que las captemos con la cámara no significa que las hayamos inmortalizado. Nada
es inmortal, ni siquiera las fotografías. El paso del tiempo, los agentes
meteorológicos, el azar, el destino, a veces el descuido y la imprecisión
también destruye las fotografías, antes se perdían o deterioraban los negativos o se quemaban en un incendio o se desmenuzaban en una inundación los
positivos, ahora se nos pierden o los borramos por negligencia, o por apatía,
de los dispositivos informáticos de almacenamiento. O incluso de nuestras
memorias"
Y tras las fotos termina el libro con este colofón:
"Este álbum de fotografías heridas y desaparecidas terminó de imprimirse
el 29 de febrero de 2024. 60 años antes, el 29 de febrero de 1964, el
activista Raúl Alterman fue asesinado en Buenos Aires, atentado
perpetrado por el nazismo internacional en represalia por la captura de
Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del holocausto y
responsable directo de la solución final y de los transportes de
personas deportadas a los campos de concentración para su posterior
asesinato y desaparición.
En España aún hay miles de personas heridas y desaparecidas durante la dictadura
militar,
impuesta y apoyada en la logística militar del fascismo y el nazismo
internacionales, cuyas familias esperamos y reclamamos reconocimiento,
justicia y
reparación.
En esta primera edición han salido publicados 150 ejemplares de heridas y
desaparecidas"
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