HORA DE ESPAÑA Nº 1

He terminado la lectura de la primera revista de la colección, fechada en enero de 1937 (El segundo número tendrá que esperar porque estoy esperando a que me llegue la compra de unos archivadores deslizantes que no he podido encontrar en las librerías de mi barrio).
Voy a empezar haciendo crítica de lo que no me ha gustado y terminaré transcribiendo algunos textos que sí me han gustado.
A pesar del carácter antimilitarista de algunos versos, en general los artículos en prosa, y también otros poemas, tienden a animar la guerra. Hay un artículo de Antonio Sánchez Barbudo donde específicamente  se habla del surrealismo de modo algo críptico, no llega a entenderse si se defiende o se denosta: “Los surrealistas, en su último salto, se hicieron comunistas, y están ya tranquilos. Para ser más, fueron menos; para estar más allá se quedaron acá, muy serios y laboriosos”. “El surrealismo fue la última actitud señorial del escritor, del artista separado de su público… Pero los surrealistas son los últimos grandes señores del arte y de la vida, y, agotados ya todos los recursos, dan gritos, voces o coces, fingiendo calma o abstracción. Hay que saber su gesto y sus ocultas lágrimas para comprenderlos bien, y comprender sus íntimos deseos de salvación” (página 47). Y hay otro de Bernardo Clariana donde trata en general de poesía donde se hace un llamamiento a que se vuelva más realista, a que los poetas se involucren en el conflicto, ¡una vuelta al romance!: “Por los senderos populares del romance nuestra poesía se ha devuelto a la sociedad a la que se debía” (página 58). Estos artículos me han recordado a mi querido Mario Cesariny, tal vez uno de los “grandes señores” del surrealismo, quien a menudo criticaba el “realismo socialista” que se había impuesto en el arte y la poesía tras las revoluciones. Y es que no podemos olvidar que tanto el estalinismo como el nazismo consideraron que las vanguardias son “arte degenerado” e impusieron una vuelta al tradicionalismo folclorista.
Por otro lado hay varios artículos donde se ensalza o se dan consejos para mejorar la propaganda militarista a través del arte. Ramón Gaya nos dice: “Pero el pueblo y la guerra merecen –y piden, sin ellos mismo saber que lo piden- otra manera de cartel… A usted tal vez la parezca extraño que no deje esta carta para más tarde, cuando nuestro vivir tenga mayor paz… El gran cuadro, la gran novela, y hasta quizá el gran poema de todo esto surgirá después, mucho después, todos lo sabemos, pero no puede suceder así con el cartel –como tampoco con el romance, en el terreno poético, ya que el cartel no tiene nunca un tono de elegía, sino de presente, de presente quemándose” (página 55). Y una nota final sin firma a modo de editorial dice que: “Desde el comienzo de la guerra se planteó a la República la necesidad de realizar una labor de propaganda que, con distintos matices y diversos propósitos, diese una imagen viva y candente del momento, estimulando a la lucha y al trabajo, afirmando nuestra fe en la victoria…” (página 61).
Hay un texto de José Bergamín que sí apoyo donde se critica otro texto de un tal Monsieur Gay, que culpaba a las personas agredidas por la institución eclesiástica de su reacción quemando algunas iglesias. Y lo apoyo, no porque sea creyente como declara Bergamín, sino porque como queer me considero parte de esas personas especialmente agredidas. Esto ya lo he discutido algunas veces con amistades que por ideología siguen culpándonos a las víctimas, cuando los principales responsables de la quema de iglesias fueron las instituciones eclesiásticas al apoyar, incentivar y participar de la violencia contra la ciudadanía, convirtiendo lo que deberían ser espacios de paz y seguridad en símbolos de militarismo y guerra: “yo que no las exculpo, que las rechazo con tanto dolor o más que el suyo, porque las he tenido más cerca, con tanta o mayor repugnancia, considero mi deber, para evitar su continuación, declarar sus causas” (página 28).  “para acusar la actitud, la conducta de la mayoría de los católicos, religiosos, sacerdotes y, sobre todo, la de la máxima responsabilidad de sus dirigentes. ¿Es que necesita probarse, Monsieur Gay, que el arzobispo de Toledo, cardenal Gomad; el obispo de Madrid, Eijo; el de Córdoba, el de Sevilla, el de Barcelona, el de Mallorca, estuvieron, desde el primer momento, al lado de los sediciosos? ¿Pues qué, no ha sucedido ante nuestros ojos? ¿Por qué solamente de paso, y en segundo plano, alude a estas fotografías vistas por usted mismo, en las que aparecen los obispos citados, o alguno de ellos, presidiendo el desfile de aquellas tropas del Tercio y de los moros, y hasta bendiciendo sus banderas y aparatos de muerte? Pues alguien que merece todo el crédito vio al de Mallorca bendecir, a las puertas de la catedral, con la custodia en que llevaba el s.s., las tropas moras e italianas del cabecilla rebelde… Pues yo le digo, Monsieur Gay, que prefiero que en algún tiempo no haya culto público religioso en mi país, que no el que éste se profane en tales extremos sacrílegos; que a eso lleguen los obispos facciosos, traicionando su fe como su patria; hasta bendecir las máquinas de guerra, las terribles armas de muerte con que se asesina a nuestro pueblo” (página 30).
Destaco el obituario por la muerte de Unamuno: “Su fuego no era, quizá, de este tiempo; pero era fuego, y, como tal, era vida. El, como nadie, se habrá llevado a la tumba el frío de una España triste, paseada por mercenarios” (página 33).
Lo mejor del número es la poesía, aunque también hay muchos versos que rezuman militarismo, voy a destacar los que más me han emocionado. Antonio Machado publica: “Cuando los hombres acuden a las armas, la retórica ha terminado su misión. Porque ya no se trata de convencer, sino de vencer y abatir al adversario. Sin embargo, no hay guerra sin retórica. Y lo característico de la retórica guerrera consiste en ser ella la misma para los dos beligerantes, como si ambos comulgaran en las mismas razones y hubiesen llegado a un previo acuerdo sobre las mismas verdades. De aquí deducía mi maestro la irracionalidad de la guerra, por un lado, y de la retórica, por otro” (página 9). Los poemas de José Moreno Villa, a pesar de sus títulos, tienen versos que denuncian los estragos de la guerra: “Los suelos están sembrados/ de cristales y las casas/ ya no tienen ojos claros/ sino cavernas heladas,/ huecos trágicos./ Hay rieles del tranvía/ como cuernos levantados,/ hay calles acordonadas/ donde el humo hace penachos,/ y hay barricadas de piedra/ donde antes nos sentábamos/ a mirar el cielo terso/ de este Madrid confiado/ abierto a todas las risas/ y sentimientos humanos” (página 36). “Este lobezno que roe su pan,/ ¿en qué pensará?/ Mientras los pájaros enemigos/ duchan con bombas la ciudad,/ este lobezno roe su pan/ sin una sonrisa ni un además./Sentado en la broza, ¿pensará,/ por un acaso, en la que allá/ quedóse mirándole marchar?/ o, ¿acaso piensa en que le ronda/ la muerte sin pestañear?/ Este lobezno que roe su pan/ nos enseña a todos serenidad” (página 38). Por último también me ha gustado el “Nuevo retablo de las maravillas” de Rafael Dieste, que me ha recordado el cuento “El traje nuevo del emperador”. En este caso es verdaderamente trágico porque fue absolutamente real que el nazismo y el fascismo españoles y europeos utilizaron la excusa de un supuesto “gen rojo” para torturar, asesinar y robar bebés. Y también utilizaron métodos de electroshocks para eliminar el supuesto “gen de la homosexualidad”: “Así como el tuberculoso, a quien ocultan su mal por no alarmarle, siente un horrible escalofrío cuando al fin se entera, así podría alguno de los presentes, de no verse la salud monárquica en todos los semblantes, morir del susto si ante mi retablo se delatase de ceguera marxista, bakouninista o cosa por el estilo. Porque son justamente los que padecen esos achaques, ocultos o declarados, los que no pueden ver nada de mi retablo prodigioso” (página 71).
Ha sido una lectura muy constructiva que me ha hecho reflexionar sobre mis valores, sobre mis posicionamientos y acciones en la política, la ética, el arte y la poética. Muchos puntos en común, muchos aspectos en conflicto, pero en cualquier caso una revista elaborada por gente que, como se expresa en el “Propósito”: “prosigue su vida intelectual o de creación artística en medio del conflicto gigantesco en que se debate” (página 6). Lo que me recuerda al fotógrafo ucraniano Bogdan Gulyay, de Kiev, quien siguió en la ciudad asediada realizando performances contra la escalada de la violencia y documentando hechos histórico-artísticos como la protección de monumentos con sacos terreros. Justo en febrero del año pasado compré una obra suya en la Galería Perve expuesta en la feria Just Mad.

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