MADAMA BUTTERFLY EN EL TEATRO REAL

El domingo 30 de junio estuve con unas amistades en Teatro Real para ver Madama Butterfly, ópera de Giacomo Puccini que fue estrenada en el Teatro alla Scala de Milán en 1904 y en nuestro Teatro Real en 1907. En este caso ha sido dirigida por Nicola Luisotti.
Antes de empezar la representación pudimos volver a disfrutar la obra "Cielo" de Jaume Plensa.
Hace dos semanas, el viernes 21, habíamos estado Hilario y yo tomándonos unas copas en el Hotel Ocean Drive y allí habíamos visto la revista Shangay cuya portada está presidida por la foto de Damiano Michieletto, el director de escena, con el titular "Damiano Michieletto trae su desgarradora Madama Butterfly al Teatro Real". 
En 2019, justo antes de empezar la pandemia del Covid, habíamos estado viendo su montaje de 'L'elisir d'amore" de Gaetano Donizetti y me había encantado. Y de hecho, ambas escenografías tienen algunos detalles en común, principalmente las pantallas y las estructuras arquitectónicas que en L'elisir representaban un chiringuito y que en Madama Butterfly representan en unas escenas una casa de prostitución y en otras la vivienda de Cio Cio San. Y en ambas representaciones se interpretan algunas arias desde los tejados de las construcciones. Recuerdo que lo que más me emocionó de L'elisir fue que el tenor cantara "Una furtiva lágrima" desde el tejado mirando justo al palco donde nos encontrábamos, como si nos lo dedicara a nosotros. Por supuesto le aplaudimos entusiasmados. Ayer también hubo un largo aplauso al finalizar la soprano el famoso "Un bel di vedremo", que aunque no lo cantó en el tejado, pero terminó subiéndose a él como para recibir nuestro reconocimiento.
En esta ocasión, a pesar de haber ido a comprar las entradas a primera hora de la mañana del primer día en que salían para los amigos mecenas, solo pude elegir un palco 7, algo alejado del centro, por lo que no la he visto tan bien como en anteriores espectáculos.
La escenografía de Michieletto fue estrenada en el Regio de Turin y ha sido el mayor éxito de ese teatro en décadas, como apunta en Shangay Joan Matabosh, director artístico del Teatro Real. Siguiendo la descripción que este director hace en la revista, "El espacio escénico remite a la periferia degradada de una metrópolis asiática, una de las tantas mecas del turismo sexual. Un suburbio presidido por luces de neón y carteles publicitarios en los que aparecen niñas que se alternan con anuncios de fast food".
La ópera, como apunta Michieletto, "Es una historia de turismo sexual. El yanqui errante que desprecia todo riesgo, y que quiere lograr todo lo que pueda con su dinero. Una chica de quince años que se engaña pensando que está viviendo una historia de amor, a pesar de que todos intentan decirle que no es así. Se aferra desesperadamente a esta ilusión, lo pierde todo, queda sola y abandonada. Intentan casarla con un anciano rico, Yamadori. Pero ella, ingenua, cree que su hombre volverá. Y lo hará, pero solo para llevarse a su hijo". 
El ambiente que genera Michieletto es tan significativo como el propio libreto, acerca el texto a la realidad actual, porque la denuncia del turismo sexual no es algo del pasado de kimonos y pagodas tradicionalistas, sino una realidad muy actual en muchos países, no solo asiáticos, sino también centro y sudamericanos. Había momentos en que la música discurre sin texto, pero la acción explicitaba mucho contenido necesario para comprender la obra, como cuando el miembro de la misión realiza la ceremonia de matrimonio y después vemos como el yanqui le paga bajo cuerda, porque en realidad había sido un simulacro sin validez jurídica para engañar a Cio Cio San. Y también sabemos que muchas mujeres migrantes han llegado a España engañadas con promesas falsas, afectivas o laborales.
Otro tema que me asaltó fue el del robo de bebés. Algo que en España ha tenido principalmente tintes políticos durante la dictadura y la postdictadura, pero que también puede tener otros tintes, como en este caso, puramente raciales y de prepotencia machista. 
Creo que había visto antes la ópera al menos por televisión, pero nunca la había comprendido tan claramente como en esta representación y primordialmente gracias al montaje de Michieletto. 
Bueno, pues cuando salió a saludar fue abucheado, si bien es verdad que fueron pocos quienes protestaban, pero que se hicieron oír. Porque es evidentemente que con la información previa que todas las personas aficionadas teníamos, ya sabíamos que no íbamos a ver kimonos, farolillos ni sombrillas, sino realidades actuales y ropa internacional, por lo que si habían pagado sabiéndolo el abucheo no es más que un postureo exhibicionista. A la vez, por supuesto, que retrógrado. 
Lo único que se puede criticar es que, como suele ser habitual en ópera, y a veces en teatro, la idea de los personajes no se corresponde con las personas que las representan, evidentemente la soprano que interpreta a Cio Cio San no podía tener 15 años y por otro lado el supuesto anciano Yamadori, es un intérprete muy jovencito. 
Desde luego tanto cantantes como orquesta fueron impecables, emocionantes a veces hasta el estremecimiento, junto a la escena de Michieletto, tengo que destacar que lo mejor de la ópera fue la dirección de Nicola Luisotti. Este sí, fue aclamado unánimemente por todo el público.
En fin, a nosotras y nosotros nos gustó, disfrutamos mucho y terminamos cenando en el Papagena. 
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