La luz que imaginamos
El sábado, 11 de enero, estuve con mi amiga María en los cines Renoir Plaza España viendo esta película dirigida por Payal Kapadia y protagonizada por Kani Kusruti y Divya Prabha.
Trata de dos mujeres que comparten piso en una gran ciudad, Mumbai. En India, como en la mayoría de países, hay una constante movilidad migratoria de personas que van desde sus pequeñas poblaciones de origen a las grandes ciudades. Vivir en la gran ciudad tiene ventajas e inconvenientes respecto a vivir en las pequeñas poblaciones. Encontrar un trabajo adecuado al nivel formativo y lo más digno posible (aunque las personas migrantes también nos hemos visto obligadas a aceptar trabajos menos dignos en los primeros años de residencia), acceso a ocio cultural y sobre todo una mayor libertad personal. Esta libertad se plasma en la película en el papel de la mujer más joven que desafía la tradición familiar y mantiene relaciones sexoafectivas con un joven de otra religión. Y sí, en el trabajo se la critica, pero vive en una gran ciudad y esas críticas no le afectan como le condicionarían si viviera en una pequeña población.
Claro que de vez en cuando es necesario hacer escapadas a la pequeña población, huir del bullicio y los letreros luminosos, disfrutar de un paseo junto al mar, de escarceos amorosos en una cueva (me encantó la escena de la cueva), y tomarse un tiempo para reflexionar (también me encantó la escena en la que la protagonista, imaginando que habla con su marido que se marchó hace años, decide romper el vínculo fictíceo que le unía a él).
Una película con mucha sensibilidad, con efectos muy contemporáneos como la escena inicial en la que multitud de voces expresan sus esperanzas al llegar a la gran ciudad o las escenas a base de mensajes de WhatsApp. Con interculturalidad plasmada en la relación entre la mujer hindú y el novio musulmán, una relación difícil en un país tradicionalmente dividido y enfrentado por la religión. Ni Gandhi consiguió acabar con este enfrentamiento a pesar de hacer varias huelgas de hambre con este objetivo específico.
Y, sobre todo, lo que más valoro en una buena película, ningún arma de fuego, ningún disparo, ninguna pelea sangrienta, ninguna persecución ruidosa de automóviles ni similares, ninguna explosión, ninguna palabra soez... y con música tanto folclórica como pop, pero sin estridencias ensordecedoras. Toda una delicia.
Terminamos la velada intercultural cenando en el restaurante libanés Sol de Beirut. Por cierto que después tuvimos que volver al cine porque me había dejado olvidado un libro, también intercultural (sobre Frida Kahlo) en la sala. Como dicen en mi pueblo, quienes no tenemos cabeza "tenemos que tener" piernas. Y de esas tampoco voy ya muy sobrado.
Comentarios
Publicar un comentario