INTERVENCIÓN DIVINA
El viernes 5 de enero fui a la Filmoteca Española (Cine
Doré) para ver esta película de 2002 dirigida e interpretada por Elia Suleiman.
“En 2003 vi, en un
festival de cine, Intervención divina, realizada el año anterior. Ponía en
forma un sentido del humor que me pareció extremadamente infeccioso. Algunos
espectadores reían, otros permanecían silenciosos. Llegó una escena concreta
que nunca olvidaré, en la que aparecía el propio autor, Elia Suleiman (nacido en
1960 en Nazaret). Como ocurre con frecuencia en sus películas, está conduciendo
tranquilamente, como un día cualquiera. La cámara encuadra la acción desde el
asiento del pasajero. Suleiman está comiendo un trozo de fruta, un melocotón. Cuando
termina, arroja el hueso del melocotón por la ventana del coche. Corte a otro
plano: el hueso golpea un tanque, y el tanque, sorprendentemente, explota.
¡Puro surrealismo! Que además se ofrece como un comentario indirecto y
contundente sobre la relación entre la dominación israelí y la respuesta
palestina a esa opresión. ¡La resistencia puede tomar muchas formas!”
Así comienza el texto sobre el cine de Suleiman de Adrián
Martín, crítico y escritor cinematográfico en el programa de la filmoteca, texto
que concluye con que “Podríamos decir que
las películas de Suleiman se basan en la exploración de dos figuras
recurrentes: el vecino y el extraño. Los vecinos, incluso cuando están del mismo
lado, cultural y políticamente, hacen cosas terribles los unos hacia los otros.
Está en su naturaleza. Si el amplio universo social les oprime, internalizan ese
problema y comienzan a oprimir al otro. Pero a veces pueden ser
sorprendentemente benevolentes. Lo mismo podemos decir de los extraños: con
frecuencia tienen un aura amenazante, pero también pueden convertirse en
presencias soportables, imprevisibles y redentoras. En resumen, los (malos) vecinos
pueden ser extraños, pero los extraños pueden convertirse en (buenos) vecinos. Es
una estimulante lección para tener en mente mientras nuestra historia colectiva
y contemporánea continúa…”
Precisamente son los dos aspectos que más me interesaron de
la película. Por un lado la rivalidad y violencia entre vecinos que
prácticamente ocupa toda la primera parte del filme. Lejos de hacer un retrato
idílico del pueblo oprimido y unido frente al opresor, se presenta a un pueblo
donde el opresor es también el vecino que te pincha el balón (reconozco que,
como soy muy “antifutbolismo”, me hizo mucha gracia este gag), o que tira su
basura en tu patio, o que no quiere retirar su coche que te está bloqueando el
paso. Es la pura realidad de cualquier comunidad, aunque quizás la
representación sea un poco hiperbólica.
Y desde luego, al igual que a Adrián Martín, la escena que
más me impresionó fue la del hueso de melocotón. Es, además de surrealista,
antimilitarista y poética, muy impactante visualmente, la mejor escena de la
película.
También me encantó la escena del globo con la foto de Arafat
cruzando el puesto de control y volando sobre Jerusalén, como símbolo de pacifismo
y de ética poética por encima de la violencia. La escena del hueso de melocotón
es muy expresionista, y la del globo muy lírica, pero ambas son las más surrealistas
y políticas de la película.
Pero también hay que destacar las escenas de las manos
entrelazadas, como símbolo también poético y político del anhelo de reunificación
de los territorios palestinos.
Por otro lado tengo que comentar la escena de la coreografía
de los mercenarios en el campo de entrenamiento israelí, aunque tiene su gracia
desde el punto de vista cinematográfico, realmente lo que menos me gustó de la
película es esa supuesta “intervención divina” que le da título, me recordó a
esas películas de guerreras voladoras que se pusieron de moda cuando el cine se
convirtió en un cúmulo de efectos especiales de acción digital. Al menos
Suleiman no lo acompaña de estruendosos ruidos. En cualquier caso, de
toda esta escena es destacable el plano de la bandera palestina.
He dejado para el final una mención a la vertiente más gai
de la película, hay varias escenas a lo largo del metraje, por un lado la
relación entre el joven que espera el autobús y el vecino que sale a decirle
que no pasan autobuses y se encuentra con la pintada que dice que “Estoy loco porque
estoy enamorado de ti”, las miradas entre ellos son muy ambiguas. Luego están
los dos heridos que comparten la percha del gotero paseándose por el pasillo
del hospital. Pero sobre todo la escena en la que el propio Suleiman para el
coche en paralelo al coche conducido por un israelí, baja el cristal de la
ventanilla y pone una cinta de casete con una canción de amor. Mientras una
cola de coches tocan el claxon detrás de ellos, ambos cruzan miradas de emoción
que pueden simbolizar los deseos de convivencia, pero que a mí también me
parecieron muy queer.
Desde luego es una película magnífica. En el Festival de
Cannes de 2002 fue ganadora del premio de la FIPRESCI y del Premio del Jurado.
Y en los Premios del Cine Europeo fue ganadora del Premio Screen International
- Film no europeo.
Recomiendo que la veáis en el segundo pase que se proyectará
ya en febrero.
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